¿Qué hacemos con el euro?
Blas Simón
Para la mayor parte de la ciudadanía, la duda de si el Euro era bueno malo se produjo a la llegada de la crisis del 2007. Hasta entonces, la sensación mayoritaria era positiva. Simplificaba la vida cuando salíamos a los países cercanos, e incluso cuando íbamos más allá contábamos con una moneda de cambio fuerte. Las empresas, sobre todo las Pymes, gozaron de las mismas ventajas: podían comprar y vender en el extranjero sin estar pendientes de los tipos de cambio y sus costes asociados. Pensábamos que teníamos una moneda estable y fuerte, que además servía de contrapeso al todopoderoso dólar.
Toda esta luminosidad hizo que pasaran desapercibidas otras consecuencias de la entrada en la Eurozona. La inflación se disparó con fuerza en los países del sur de Europa. Perdimos soberanía en cuanto al control bancario, dejando sin apenas funciones al Banco de España. Además, nuestras políticas monetarias pasaron a estar bajo el control de la gran economía europea: Alemania.
Cuando llegó la crisis salieron a la luz las deudas impagables y la Europa de las dos velocidades, donde los PIGS pagaban los platos rotos. A un lado, un norte con superávit, capacidad de producción, tecnológicamente avanzado e histórico importador de mano de obra del sur. Al otro, un sur que despertaba de esa ensoñación que, durante ciertos años, le había hecho creer inmerso en el estado del bienestar; y que hoy es manufacturero de productos básicos, proveedor de alimentos y destino turístico low cost. Afloró el retraso secular de esta parte del continente, fruto de las recientes dictaduras que lo alejaron de la revolución social que sí se vivió en los otros países, con los que se comparte moneda. También supimos que había paraísos fiscales dentro de la eurozona. Que no podíamos ajustar nuestra moneda para ganar productividad, y que por tanto teníamos que reducir puestos de trabajo, ajustar nuestros sueldos y recortar los servicios públicos.
En los primeros años de la crisis parecía que iba a haber una reacción. Se habló de abolir los paraísos fiscales, de relanzar y cambiar el modelo erconómico, y de alterar la división norte-sur. Todo quedó en meras intenciones, pues en los últimos años lo único que se ha visto ha sido un empeoramiento de la situación. Francia e Italia cada día están más cerca de los PIGS, y más lejos del norte. Y cuentan con la misma falta de soberanía para poder dar la vuelta a su situación.
En estas circunstancias, ¿tiene razón de ser una moneda única, el euro, en esta situación? ¿Cuál sería la situación de los países más débiles en caso de desaparición del euro? ¿Y la de los más fuertes? ¿Existe realmente un interés mutuo en mantener el estado de las cosas? Es posible que dentro del euro haya mecanismos correctores para que esas diferencias no se eternicen, pero hace falta voluntad política para ponerlas en marcha. Si no nos ponemos en marcha rápido, el fin de la moneda única estará al caer.
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