Conflictos en torno a la educación
Javier Echeverría Zabalza
Desde hace un tiempo los conflictos relacionados con las lenguas en la educación vienen arreciando en número e intensidad: ampliación del modelo D, OPE, PAI, escuelas infantiles, separación o unión de modelos lingüísticos… Para quien lo observa desde la perspectiva de un ciudadano implicado en cambio social en Navarra pero no experto en modelos lingüísticos o educación como yo, esos conflictos aparecen con una gran complejidad –se mezcla lo sincrónico y lo diacrónico; hay elementos contradictorios de muy diverso carácter; con intereses personales, grupales y políticos fuertemente contrapuestos…- y suscitan una gran preocupación.
Parto de la base de que para entender y tratar de manejar constructivamente cualquier conflicto hay que situarlo en su contexto. Y en esta ocasión, entiendo que habría que tener en cuenta al menos los siguientes cuatro factores.
En primer lugar, la confrontación básica «navarrismo-vasquismo». Es la estrategia de origen de UPN y durante décadas la ha venido utilizando para mantenerse en el poder. Ahora también la está empleando a tope, junto al PP y PSN, para desgastar al gobierno del cambio. Esta estrategia afecta prácticamente a todos los ámbitos de la sociedad –económicos, presupuestarios, fiscales, institucionales, culturales…- y de forma muy especial a los lingüísticos y educativos. Esta confrontación básica les es muy funcional para enfrentar entre sí amplios sectores sociales y ocultar la contradicción principal entre los intereses de la élite y los de la gran mayoría de la sociedad. Una estrategia muy utilizada por populismos de ultraderecha, como estamos viendo hoy en Europa.
En segundo lugar, creo que no deberíamos olvidar nunca el qué, para qué y cómo de la educación, es decir, cuál es y cuál debería ser el objetivo fundamental o enfoque de la misma y, por tanto, sus contenidos y criterios pedagógicos. Uno de los lugares comunes de la actual sociedad es que la educación debe servir para formar productoras y productores bien preparados técnicamente (también lingüísticamente) con unos valores centrados en el individualismo, la competitividad, la sumisión y la aceptación de las circunstancias de paro, precariedad, subcualificación… con las que se van a encontrar en el denominado mercado de trabajo; y también, claro, consumidores voraces y endeudados. Sin embargo, el objetivo fundamental de la educación pienso que debería ser –sin despreciar la preparación técnica, lógicamente– la formación de personas con criterio propio, capaces de pensar por sí mismos y de filtrar críticamente la avalancha de mensajes que reciben, con valores que nos ayuden al conjunto de la sociedad a ser un poco más felices, tales como la cooperación, el respeto, la solidaridad… Este último enfoque de la educación exige, aún más si cabe que el primero, que sea pública, de calidad, universal y gratuita.
En tercer lugar, habría que tener presentes los derechos lingüísticos. Navarra tiene dos lenguas oficiales, una de ellas minorizada y marginada desde hace mucho tiempo en todos los ámbitos oficiales. Una lengua, el euskara, que se ha venido utilizando como arma de guerra en la confrontación política: ley de zonas, arrinconada en la educación y testimonial en la administración, con siembra de odio y desprecio en su utilización en general… En resumen, un atentado a los derechos lingüísticos de muchísimas personas. Todo ello pone encima de la mesa la necesidad urgente de su normalización, de manera que se pueda llegar a una situación en la que cada persona o familia pueda elegir en igualdad de condiciones la lengua oficial en la que se quiere formar o quiere formar a sus hijos e hijas.
En cuarto lugar, hay un sinfín de intereses enfrentados tanto personales (profesionales o de personas que aspiran a serlo) como sindicales y empresariales, además de los políticos ya mencionados. Este factor es evidente en todos estos conflictos.
Estos cuatro factores se encuentran entrelazados, interactuando entre sí, en cualquiera de estos conflictos. Como en cualquier otro ámbito, considero que es fundamental que el abordaje de los conflictos se haga con un tratamiento que busque reducir su carga destructiva, y que la forma de hacerlo se base en la máxima transparencia, información y participación, y con una planificación seria y un ritmo adecuado. A veces, los errores en la forma difuminan en parte la legitimidad del fondo, máximo cuando hay actores muy empeñados en que así sea –no olvidemos que algunas estrategias políticas buscan agudizar la confrontación–. Pero conviene insistir en que no hay que esperar soluciones mágicas: este tipo de conflictos tan complejos no se pueden resolver ni de la noche a la mañana ni queriendo contentar a todo el mundo.
Es evidente que se requieren unas políticas decididas de normalización lingüística, tanto en general como específicamente en la educación. Entiendo que este punto es el fundamental, y en torno a él hay que concitar el máximo consenso. Para ello me parece imprescindible un relato que combine la firmeza en los argumentos con la inteligencia y pedagogía necesaria. Ahora mismo está saliendo en la prensa, casi diariamente, un discurso que trata de identificar normalización y derechos lingüísticos con «obsesión identitaria». Es preciso ganar esta batalla ideológica y cultural, sabiendo que las cabezas no se pueden cambiar ni fácil ni rápidamente. Pero esto, que es imprescindible, no basta. Creo que hay que acompañarlo con las formas y métodos más idóneos, como decía antes. Por eso entiendo que, una vez gestionados los casos urgentes actuales, el proceso de normalización requiere comenzar a elaborar ya un plan completo que abarque todo el proceso, tratando de conseguir en torno a él –dentro de los límites lógicos- el mayor consenso posible tanto dentro del sistema educativo como en la sociedad.
A ver si somos capaces de conseguir una razonable normalización lingüística y podemos concentrar el máximo de energías en lograr un enfoque educativo basado en la formación de personas reflexivas, críticas, solidarias y socialmente responsables; en adecuar metodologías y principios formativos a ese objetivo; en conseguir una educación pública, de calidad, universal y gratuita; en asentar la normalidad de que cada persona o familia pueda ejercer su derecho a elegir el modelo lingüístico en que quiere educarse… Pero antes hay que superar la difícil situación actual. Quizás fuera bueno enfocarla, más que como un problema, como un reto y también como una oportunidad de mejorar uno de los ámbitos más importantes de la sociedad, el educativo. Una prioridad si queremos conseguir el cambio social y un mundo mucho más humano que el actual.
Publicado en Naiz
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